Columna de Arturo Herrera: Chile y las industrias del futuro. ¿Qué haremos?

Mayo 23, 2017

Arturo Herrera

La semana pasada quedamos asombrados con el hackeo masivo a una serie de grandes corporaciones alrededor del mundo. Este es sólo un ejemplo de cómo la tecnología está cambiando radicalmente aspectos de nuestra vida cotidiana. Como país debemos tomar acción y anticiparnos hacia donde se moverá el mundo en las próximas décadas con respecto al desarrollo, adopción y uso de tecnologías emergentes. En este sentido, nuestra visión de los últimos 20 años de desarrollo clústeres, beneficiosa para el surgimiento y potenciamiento de nuevas industrias como por ejemplo la industria del salmón, ya no es suficiente. En esta nueva era digital, lo importante es el conocimiento y el talento emprendedor para aprovechar a nuestro favor tecnologías como la robótica, inteligencia artificial, big data, IoT, biotecnología y también de las energías limpias. Éstas cambiarán el mundo como hoy lo conocemos, muy pronto.

Hoy, gracias a la adopción a gran escala de este tipo de tecnologías, se puede observar como en Estados Unidos está ocurriendo un desacople entre dos variables que siempre estuvieron fuertemente correlacionadas: productividad y empleo. Desde el año 2000 la productividad crece a una tasa mayor que el número de personas empleadas, lo que indica que se está obteniendo una mayor productividad con menos gente empleada. Desde 1970 la productividad total en Estados Unidos ha aumentado más de un 130%. Sin embargo, los ingresos promedio por hora de trabajo han aumentado sólo un 15%. Es decir, este aumento en productividad no necesariamente se ha traducido en un mejor ingreso para las personas. ¿Quién está capturando estos beneficios? Por una parte las empresas que han mejorado sistemáticamente sus resultados, los proveedores de tecnologías que están siendo incorporadas a gran escala en diferentes industrias y, por supuesto, los países productores de este tipo de activos a través de impuestos. Sin ir más lejos en agosto del año pasado Adidas confirmó la apertura de una nueva planta en Estados Unidos 100% operada por robots (una planta similar ya está en operación en Alemania). Esto parece ser una tendencia sin vuelta atrás.

La gran paradoja detrás de esto es que las maquinas no consumen. Por lo tanto, cada puesto de trabajo reemplazado por una máquina, o un algoritmo, implica un consumidor menos, lo que en el largo plazo puede traer consecuencias insospechadas para una economía en vías de desarrollo como la nuestra, debido a que existen muchas dudas de que seamos capaces de crear nuevos puestos de trabajo con la misma velocidad con la que éstos desaparecen. Países como Noruega y Suecia ya están incorporando en sus políticas avanzar hacia una jornada laboral de 6 horas/día y en crear un salario mínimo universal que permita subsistir a las personas que quedarán fuera del mercado laboral. ¿Cómo van a financiar esto? Puede parecer simplista, pero lo más probable es que con los impuestos que paguen empresas de base tecnológica que van a ofrecer sus productos y servicios a todo el mundo. Los países que no tengan “la suerte” de tener una industria tecnológica pujante y global no contarán con los recursos necesarios para dar sostenibilidad a su actual modelo económico.

El caso de Estonia

Uno de los mejores ejemplos de la definición de dónde un país quiere estar en el futuro es Estonia. Este pequeño país de poco más de 1.4 millones de habitantes quedó, con el fin de la Unión Soviética, desprotegido pero independiente desde 1991 y con un PIB per cápita de poco más de 72 euros. 26 años después, ese indicador está por sobre los 15.900 euros. ¿Cómo? Hace 20 años Estonia se hizo el propósito de conectar al país con una de las industrias del futuro, en este caso Internet, con el fin de transformarse en la primera ‘e-society’ del planeta. Fue su estrategia de desarrollo. Desde los años 90 comenzaron con la política de instalar computadores y conectar a Internet a todos los colegios del país. Desde los primeros años de estudio se les enseña a los niños a programar, formación que es clave en el programa educativo de cada colegio. A principios del siglo XXI fueron el primer país del mundo en declarar el acceso a Internet como un derecho básico universal. Hoy no parece simple suerte o coincidencia que Estonia tenga el récord de ser el país con más startups por persona. Ahí nació Skype, una de las mayores disrupciones globales en comunicaciones. Todo el desarrollo técnico de la solución fue creado por 3 estonianos: Priit Kasesalu, Ahti Heinla y Jaan Tallinn. Skype se vendió a Microsoft en 2011 por más de US$8.500 millones. Los 3 reinvirtieron lo ganado en esa venta en el ecosistema de emprendimiento de Estonia, generando una oleada de nuevas empresas de base tecnológica. Esto es sólo el comienzo, pues meses atrás el país lanzó el programa ‘e-resident’, invitando a emprendedores de todo el mundo a crear y gestionar sus empresas “desde Estonia”, por supuesto tributando ahí.

Este es solo un ejemplo de cómo una visión y estrategia de largo plazo puede redefinir el futuro de un país. Tal como hicieron los estonios, es estratégico definir en qué vamos a ser relevantes, dónde enfocaremos nuestros esfuerzos y nuestras políticas públicas en las próximas 2 décadas. La avalancha de tecnologías emergentes ha abierto un mundo de oportunidades que otros ya están tomando. ¿Qué haremos nosotros?

Por Arturo Herrera, Gerente General de INNSPIRAL

Esta columna fue publicada originalmente en Economía y Negocios de El Mercurio

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